La muestra se estructura en
varios temas que siguen un hilo cronológico. Comienza con los retratos y
autorretratos que realizará a lo largo de sus 90 años y continúa con las plazas
vacías y los maniquíes articulados (años 10), los interiores metafísicos (años
20), los baños misteriosos (años 30), el mundo clásico con los caballos y los
gladiadores (años 30) y la historia y la naturaleza (años 40).
Las plazas de Italia son una
serie de pinturas que realiza al principio de su creación artística y que se
caracterizan por su extraña perspectiva, los pórticos con arcos de medio
punto, las esculturas en el centro de la plaza, las torres o chimeneas y la presencia de un tren en la lejanía que recorre el lienzo en horizontal.
Son plazas siempre vacías, que dan la sensación de quietud y de eternidad y
donde las sombras juegan un papel enigmático. (Nótese que la exposición hace un guiño al pintor y se organiza entorno a una plaza porticada con una escultura en el centro).
Los maniquíes recuerdan su
trabajo como escenógrafo en los teatros de la época. Son articulados al
principio y luego más humanizados, pero siempre sin brazos, con la cabeza
ovoidal y sostenidos con tablones de madera; a veces aparecen cubierto con
corazas, con pliegues clásicos y con capas rojas, y en ocasiones guardan
objetos en su regazo. Se ubican en espacios con arcos de medio punto o con volutas.
Los interiores metafísicos
muestran una perspectiva forzada, el centro lo suele ocupar un especie de
columna con objetos incongruentes que forman una pila (armazones de madera,
volutas, escuadras, cartabones), el suelo y el techo suele ser de madera y
siempre aparecen ventanas y cuadros. Esto último es un recurso para pintar un
cuadro dentro del cuadro, que suele ser de tema paisajístico.
Los baños misteriosos los
elaboró primero como litografías para
ilustrar un libro de Cocteau en 1934 y luego como pinturas. Reflejan las
playas de los años veinte, con sus cabinas para cambiarse de ropa como algo
misterioso, con un interior oscuro y unas escaleras que descienden hacia el
agua, agua que no es tal agua, sino un suelo de parqué que zigzaguea;
personajes extraños, siempre hombres, unos vestidos y otros que muestran el
torso, y un paisaje abierto decorado con banderines estivales y, a veces, con
cisnes y centauros.
Toda esta etapa, que ocupa
los años diez, los veinte y los treinta del siglo XX, se incluye dentro de la
pintura surrealista (metafísica, como la llama el autor), pero luego Chirico se
separa de esta tendencia y recurre al mundo clásico, naturalezas muertas y
paisajes inspirados por el Renacimiento y el Barroco. De esta época es la serie
de los gladiadores, que se caracteriza por los cuerpos poco escultóricos, los
pliegues de las ropas, la presencia de caballos y el entorno con templos
griegos y columnas rotas, reflejo de una época pasada.
Los retratos y autorretratos
los elabora a lo largo de toda su vida y por ello a veces utiliza una técnica
clásica, propia del Barroco, y otras veces pinta de manera más natural, casi
fotográfica, pero siempre intentando reflejar el espíritu del personaje. Es
interesante destacar que a Chirico le gustaba mucho vestir con ropajes de
épocas pasadas y que con frecuencia se disfrazaba mientras pintaba o daba
entrevistas.
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