martes, 16 de enero de 2018

EL AJEDREZ EN LA EDAD MEDIA


Empezamos el año insistiendo en la importancia del ajedrez y de sus posibilidades en el aula, como ya hemos indicado en artículos anteriores (El ajedrez como herramienta educativa, del 5 de junio de 2016). Ahora rescatamos un texto de Peridis, en su novela  "Esperando al rey" que ha recibido el Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio 2014.

Estamos en la segunda mitad del siglo XII y hablan don Nuño, regente de Castilla y don Cerebruno, obispo de Osma y educador y maestro de ajederez del niños Alfonso, futuro rey de Castilla y en litigio con su tío Fernando, rey de León. El noble cuestiona la importancia del ajedrez para la educación del príncipe y el obispo defiende sus virtudes.

-No me diréis que a un niño tan pequeño le place un juego tan sesudo y se sujeta al tablero con paciencia. A mí me gusta jugar rápido. Detesto la demora por mover las piezas –dijo Nuño.

-Él se sienta en el trono cuando se pone ante el tablero porque sabe que es un juego de reyes. Este juego tan antiguo es el único que depende más del ingenio que del azar, y una vez puesto en marcha es como abanico abriéndose con infinitas posibilidades y cerrándose como una tenaza- explicó don Cerebruno.

-Pero es un arte que nada crea, nada deja, a nada conduce, para nada sirve, como una mesa sin patas o una casa sin paredes. Los que juegan al ajedrez son arquitectos de la nada que construyen un edificio sin muros ni tejado. Es una ciencia que no sirve para nada si a nada le llamamos entretener el ocio. Es como música silenciosa -dijo don Nuño.

-Nadie sabe quién lo inventó y su señoría dice que para nada sirve. Esa es su gran paradoja. Cuando no haya reyes sobre la tierra, sus homólogos de madera o de marfil seguirán reinando y guerreando en las teselas blancas y negras. Cuando estos castillos que nos acogen no defiendan nada, siempre habrá torres vigilando las horizontales y verticales. Cuando los monasterios y las catedrales se yergan silenciosos, siempre habrá abades y obispos peregrinando por las diagonales de los tableros. Y cuando la gente se haya olvidado del nombre de los sabios de la Antigüedad, se seguirán preguntando quién fue el ingenioso duende que, para matar su aburrimiento y gastar el tiempo con sus amigos, inventó un juego tan sencillo y divertido que pasa, prácticamente inmutable, de reino a reino y de generación en generación. Decidme, señoría, ¿en qué torneo un niño puede derrotar al más valiente y diestro de los caballeros? ¿O un iletrado al más sabio de los obispos? ¿O un pobre al más rico de los mercaderes? Y todo ello sin levantarse de su asiento.

-¿Y realmente ejercita la mente o más bien la embota? Porque flaco servicio le haríamos a nuestro rey si se aficiona tanto a este juego y gasta más energías en pasear su corona de cuadro en cuadro por los vericuetos del tablero que en recorrer sus reinos de pueblo en pueblo para solaz y consuelo de sus vasallos -replicó don Nuño.

-Con este placentero juego, nuestro pequeño rey ha aprendido cosas tan provechosas como ejercitar la memoria, ordenar la cabeza y tener paciencia o no distraerse -continuó don Cerebrumo-. También a hacer acopio de fuerzas. A distinguir lo principal de lo accesorio y prever las consecuencias de sus actos. No es mala cosa saber adivinar las decisiones del contrario ni ganar batallas parciales para vencer al final. Ni tampoco es cosa baladí conocer el terreno y también al rival. Darse cuenta de que no hay enemigo pequeño porque hasta un peón puede lograr tu captura.

Él sabe ya ser astuto para tender celadas o evitarlas con sentido de la anticipación, y aceptar sacrificios para lograr la victoria o pedir treguas cuando es preferible una salida honrosa que una victoria incierta o una derrota oprobiosa. Y ha aprendido también que, en el tablero, tanto como en la guerra, es muy provechoso ocupar los espacios centrales del tablero para cerrar el paso al enemigo, entretenerlo mientras se preparan ataques en otra parte o dirigir desde ellos operaciones de castigo...


(Páginas 208 y 209 de Esperando al rey, de José María Pérez, Peridis, Editorial Espasa, 2015. Fotografía de un ajedrez de la Edad Media por VABALO)

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