martes, 27 de marzo de 2012

LUCES DE BOHEMIA II

El pasado sábado, 24 de marzo, vimos la obra en el María Guerrero. Habíamos sacado las entradas casi dos meses antes y esperábamos la función con mucha ilusión. No nos decepcionó, que es lo que suele ocurrir cuando esperas algo con tanta ilusión, por el contrario, nos gustó mucho y nos llevó a una amena charla sobre la generación del 98 y los modernistas, la pérdida de las colonias, la semana trágica y lo agradable que es disfrutar del teatro en Madrid.

Al día siguiente, Inés nos sorprendió con este artículo sobre la obra de Valle Inclán.


"Un teatro que encierra Historia. Que recuerda al Pasado y a asesinatos presidenciales. De un lujo desmesurado que hacen a uno sentirse importante.

Música de piano que resulta ser en directo. De Chopin. O Mozart. O alguno de estos. Citas incomprensibles con un ritmo que alimenta. Esfuerzos por entenderlas. Lecciones de literatura desempolvadas en la memoria.


Y de pronto, la música para. El pianista desaparece. Se hace el silencio.


La función comienza.


Un viejo poeta, el primero de España, aparece en escena. Entre tos y tos, se queja. Tiembla. “El talento en este país no se premia”, se lamenta. La oscuridad para él es eterna. Por su visión pesimista, sus aires de grandeza y su incurable ceguera. El timbre suena. Don Latino y su fatal propuesta. El comienzo de una noche que teñirá la tragedia.


Las horas transcurren y los escenarios se suceden. Un viaje y una vida condensados en medio día. La realidad se deforma y se entremezcla con el espanto y el sueño. El esperpento. Adquiere un matiz difuso. Los contornos se difuminan y los colores, tenues y apagados, se invaden unos a otros. Gritos. Sacudidas. Un catalán anarquista que no teme por su vida. Jóvenes rebeldes y modernistas. Un sistema que oprime y aniquila. Un recuerdo sarcástico a nuestros días.


Tranquilidad.


Un instante de calma. Un café que prolongan empañados espejos. Mesas de mármol y manteles blancos. Divanes rojos. El mostrador en el fondo. El sonido de un violín aparece de pronto. Surge en las butacas y llega a escena, poco a poco. Un juego de sombra y luz resaltan su contorno. Parece hecho con tiza. La oscuridad de fondo. La música se palpa y va llenándolo todo. Las notas se hacen visibles, hechas de luz y polvo. Y el piano reaparece, aunque no se sepa cómo. Rubén está en una mesa, calvo, elegante y gordo. Juventud, divino tesoro. Max se sienta a su lado, por

acompañarle un poco. Y Latino, al otro lado, sacude y menea el rabo.

Al cabo de no demasiado, aparece otra vez el espanto. Una madre que llora con su hijo muerto en brazos y que trae a la memoria un cuadro de Picasso. Mujeres que se ofrecen para pasar un buen rato. Un discurso es pronunciado, merecedor de ser ensayo, pero el pueblo español se encuentra, como siempre, dormitando.


Y cuando despunta el alba, a la vez que canta un gallo, una Estrella se apaga y Máximo es enterrado.


“La tragedia nuestra no es tragedia” sollozan, desconsolados. Y ellas se suicidan presas de pena y llanto. Don Latino gana el gordo y no duda en celebrarlo, aunque se esfuerce en disfrazarlo entre lágrimas y abrazos.


La obra va acabando. Irrumpen los aplausos. Fin del último acto.


Cráneo
previlegiado."


El artículo también puede leerse en esta dirección (que, además, tiene dedicatoria).


1 comentario:

Mª ANGELES dijo...

Qué gran escrito!! Te transporta directamente a esa obra de teatro. Me encanta esa dedicatoria, puedes estar orgulloso de ella :)