jueves, 25 de noviembre de 2010

NEREA


La joven entrega la entrada al hombre que está en la puerta. Intercambian una sonrisa. Tiene un piercing en el labio que le hace irresistible. 

-Aquí tienes. –dice, tras comprobarla 

La recoge con una mano temblorosa. Es su primer concierto. La primera vez que va a verles en directo. Duda. Quizás no haya sido una buena idea y debería haberse quedado en casa. Estudiando. 

Entra en el palacio. Compra una chapa con el logotipo del grupo. Va al baño, localiza su sector y abre la puerta que le comunica con el mismo. Se queda durante unos segundos sin respiración: no sabía que aquello era tan grande. La emoción la invade al ver tanta gente, junta, esperando lo mismo. Trece mil personas. Qué lejos han llegado. 

Se sienta y espera pacientemente a que los teloneros acaben. No los conocía pero sus canciones son pegadizas. Le gustan. Se anota mentalmente escucharlas en un futuro.
El tiempo pasa. Las diez menos cuarto. Las diez. Las diez y cuarto. La expectación puede sentirse de forma incluso palpable, tangible en cada rostro que aguarda/espera con nerviosismo. 

Y entonces algo suena. Éramos distintos imposibles, un futuro menos claro. El volumen de la música sube de golpe. El telón cae. El concierto empieza. 

Y entonces recuerda. Aquellas palabras pronunciadas en la intimidad de los besos. Todo está perfecto. No nos falta nada. Ni siquiera luz. Ni siquiera tiempo. Aquellos instantes, a cinco minutos de amanecer, en los que le confesaba en secreto, guardado por tortugas, que su mirada le hacía grande y que cada milímetro le parecía como una prisión en la que resonaba constantemente aquella vieja canción. Capaces de entenderse siempre que lo hicieran sin palabras. Improvisadores de guiones definitivos que no tenían más remedio que olvidar.

Y recuerda entonces el momento en el que todo comenzó a torcerse, después de tantos tantos años. El momento en el que la raya, la línea, comenzó a anotar más cosas en el lado de las cosas que salen del revés. La máxima idiotez. Las ventajas tienden a desaparecer. El hecho de que, por mucho que lo pensaran, siempre saliera cruz. La más pura incomprensión ante las palabras, encendidas por la rabia, capaces de llegar al alma siendo simplemente nada. Se hizo tarde. Abrió los ojos y vio que ya no estaba. El final que ninguno de los dos quiso, pero que llegó. Que llegó al decir adiós. 

Y le imagina escribiendo palabras que, en breves, acompañará con música. Por si acaso no te llegan mis abrazos, yo te dejo mi canción. Puede sentir su firma en cada una de sus letras, mensajes ocultos que serán invisibles para el resto de personas que se conformarán con cantarlas, ignorantes de que todas ellas guardan una historia y poseen un destinatario concreto.

Siente que todavía le quiere. Pues aunque escuchó todas y cada una de sus palabras, nunca quiso entender. Y cree que él siente lo mismo. Porque siempre ha tenido un corazón que no le cabía. Y porque, al fin al cabo, nadie negó que un te quiero es para siempre. 

El concierto acaba. 

Reúne las fuerzas suficientes y decide llamarle. Está llena de dudas. Teme que se niegue a verla. Pero el deseo de saber si es su nombre el que aparece en su mirada cuando permanece en silencio es muy grande. Quiere que sus sentidos vuelvan a perderse. Tiene miedo a equivocarse. Necesita saber. Necesita librarse de la culpa que la persigue, la acecha y no la deja. Necesita que el hastío de cada noche de no poder entenderle desaparezca.

Aunque, al fin al cabo, esa sea su condición. 

Está maldita. Maldita por un grupo que encima lleva su nombre.


Relato realizado por Inés (17 años) después de su primer concierto, para ver a "Maldita Nerea", en Madrid, el 21 de octubre de 2010. La canción se titula "El secreto de las tortugas"

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