Hace unos días leía un artículo de Borja
Vilaseca en El País Semanal (La
educación exige emociones) que plantea algunas cuestiones sobre educación
que me parecen interesantes. Aunque no comparto al 100% las opiniones que en él
aparecen, creo que sí puede servir para abrir un debate sobre el tema.
¿Estamos educando a las nuevas generaciones para vivir en un mundo que
ya no existe? El sistema pedagógico parece haberse estancado en la era
industrial en la que fue diseñado. La consigna respecto al colegio ha venido
insistiendo en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas notas” y,
posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que muchos han
procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de estudiantes,
habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.
Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas
consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en
un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que las escuelas
públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos analfabetos en
obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en
las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken Robinson,
“los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos
paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la
producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”.
Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.
Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.
Cada vez más adolescentes sienten que el
colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la
vida cotidiana. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos,
se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos
amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden
social establecido.
Del mismo modo que la era industrial creó su propia
escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo de
colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada. Sin
embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad. Ahogada
por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará mucho
tiempo en completarse. Según Robinson, “ahora mismo sigue estando compuesto por
tres subsistemas principales: el plan de estudios (lo que el sistema escolar
espera que el alumno aprenda), la pedagogía (el método mediante el cual el
colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y la evaluación, que vendría a ser
el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.
La mayoría de los movimientos de reforma se centran en
el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la educación no necesita
que la reformen, sino que la transformen”, concluye este experto. En vez de
estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a
personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los chavales
descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que
verdaderamente les apasiona.
En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.
En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.
La base pedagógica de esta educación en auge está
inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como Rudolf
Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la visión de
que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la función
principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje,
evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de
la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como propuestas
pedagógicas alternativas dentro del sistema. Eso sí, el gran referente del
siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el
ranking elaborado por el informe PISA.
La educación emocional está comprometida
con promover entre los jóvenes una serie de valores que permitan a los chavales
descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al
servicio de la sociedad. Entre estos destacan:
Autoconocimiento. Conocerse
a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y
potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno
mismo.
Responsabilidad. Cada
uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la
responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico
es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el
propósito de vida que se persiga.
Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.
Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.
Felicidad. La
felicidad es la verdadera naturaleza del ser humano. No tiene nada que ver con
lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado
interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con
la auténtica esencia de cada uno.
Amor. En
la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza
a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así, amar es
sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo
mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.
Talento. Todos
tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la
cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla
en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas
cualidades, fortalezas, habilidades y capacidades que permiten emprender una
profesión útil, creativa y con sentido.
Bien común. Las
personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento se las
reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común
de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y que además hace bien
al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar como de gastar dinero.
En vez de seguir condicionando y limitando la mente de l as nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta era– los colegios harán algo revolucionario: educar. De forma natural, los niños se convertirán en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. Y estos se volverán adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que quieren ver en la educación
En vez de seguir condicionando y limitando la mente de l as nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta era– los colegios harán algo revolucionario: educar. De forma natural, los niños se convertirán en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. Y estos se volverán adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que quieren ver en la educación
Libro
¡Esta casa no es unhotel!
Irene Orce (Grijalbo)
Este libro es un manual de educación emocional para padres de adolescentes. Está escrito desde la perspectiva de los chavales, y su intención es proporcionar claves y herramientas para que los adultos aprendan a crear puentes más constructivos con sus hijos.
Documental
La educación prohibida
¡Esta casa no es unhotel!
Irene Orce (Grijalbo)
Este libro es un manual de educación emocional para padres de adolescentes. Está escrito desde la perspectiva de los chavales, y su intención es proporcionar claves y herramientas para que los adultos aprendan a crear puentes más constructivos con sus hijos.
Documental
La educación prohibida
Un documental que propone cuestionar las lógicas de la
escolarización moderna y la forma de entender la educación, visibilizando
experiencias educativas diferentes, que plantean la necesidad de un nuevo
paradigma educativo.
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